Un hombre se propuso la tarea de
dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de
provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de
habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes
de morir descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su
cara.
Jorge Luis
Borges[1]