Fueron setecientos setenta y cinco cartas que rescató del cofre de la pampa el historiador, cartas inconexas unas con otras que no corresponden a un epistolario o correspondencia de ida y vuelta, fueron cartas al azar, de todo tipo y de toda gente, de toda época y de distintos tiempos…



Un hombre se propuso la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.
                                    Jorge Luis Borges[1]


[1] De “El Hacedor” (Epílogo) 1960